lunes, 20 de mayo de 2019

: La leyenda del Padre Almeida


Narra la leyenda que en el convento de San Diego, de la ciudad de Quito-Ecuador,  vivía hace algunos siglos un sacerdote joven, el padre Almeida, el mismo que se caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.
Todas las noches, él iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle, pero como esta era muy alta, él se subía hasta ella, apoyándose  en la escultura de un Cristo yaciente. Hasta que una vez el Cristo ya cansado de tantos abusos, cada noche le preguntaba al juerguista: ¿Hasta cuándo padre Almeida? , a lo que él respondía: “Hasta la vuelta Señor”. Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y tomaba hasta embriagarse. Al amanecer regresaba al convento.
Tanto le gustaba la juerga, que sus planes eran seguir con este ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente.
Pues una madrugada el padre Almeida regresaba borracho, tambaleándose por las empedradas calles quiteñas, rumbo al convento, cuando de pronto vio que se aproximaba un cortejo fúnebre. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora, y como era curioso, decidió ver el interior del ataúd, y al acercarse vio su propio cuerpo dentro del mismo. Del susto se le quitó la borrachera, corrió desesperadamente hacia el convento, del que nuca volvió a escaparse para irse de juerga.

HISTORIA DEL PADRE ALMEIDA
Mucho se ha hablado de la leyenda del padre Almeida, pero poco o casi nada se sabe de quién fue verdaderamente este sacerdote franciscano.
Su tragicómica historia pertenece al colectivo imaginario del Ecuador y se sitúa en las iglesias del Centro Histórico de Quito
Se dice que el padre Almeida, según explica el historiador y padre John Castro, del monasterio de San Diego, lugar donde vivió y realizó sus famosas correrías el sacerdote, fue una persona de ‘vida alegre’ dedicada a los mundanos placeres y a la bebida, pero su biografía muestra otra realidad muy diferente.
Don Manuel de Almeida ingresó en el convento a los 17 años de edad, cuando era un novicio, renunciando a todos sus bienes materiales, que se los cedió a su madre y a sus hermanas. Igualmente, abandonó la vida de la ciudad, ya que el monasterio estaba en las afueras. En su biografía se puede conocer que desempeñó los cargos de definidor, guardián, mesero de novicios, secretario de provincia llegando a ser visitador general, todos estos de gran importancia. Estos cargos son del todo incompatibles con la vida que se le otorga”, comenta el padre Castro.


TOQUE DE QUEDA
Según cuenta el padre Castro, en la primera mitad del siglo XVII, época en la que vivió el padre Almeida, se anunciaba el toque de queda para evitar problemas con la sociedad local, así que “no había vida nocturna”.
Es posible que algún ciudadano viera a Almeida a deshoras volviendo al monasterio y que eso ayudara a construir la leyenda. Pero esto también tiene su explicación: “Mucha gente no lo sabe, pero los alrededores del Convento de San Diego eran una zona plagada de árboles frutales. Allí los hermanos franciscanos tenían unas pequeñas construcciones de madera donde iban a orar y a realizar penitencia. Por eso es posible que algunos ciudadanos lo vieran retornar por la noche al convento. Venía de orar”, añade el padre Castro.
Además estaba la figura del Ángel. Los padres franciscanos de la época vivían en un semillerito y, cuando salían del monasterio, “siempre lo hacían acompañados de otro hermano, llamado ‘El Ángel’, que estaba allí para evitar la llamada de la tentación.
Otro factor que ayudó a construir la leyenda es que el Padre tocaba la guitarra, además de otros instrumentos. En esa época las serenatas estaban mal vistas, puesto que se asociaban a la vida “entregada al vicio” y muchos quiteños iban a la antigua calle del agua, actual calle Cuenca, a tomar mistela y a cortejar a las damas. Por eso tuvo esa mala fama. (MAP)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MARIA ANGULA

María Angula era una niña alegre y vivaracha, hija de un hacendado de Cayambe. Le encantaban los chismes y se divertía llevando cu...