Narra la leyenda que en
el convento de San Diego, de la ciudad de Quito-Ecuador, vivía hace
algunos siglos un sacerdote joven, el padre Almeida, el mismo
que se caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.
Todas las noches, él iba hacia
una pequeña ventana que daba a la calle, pero como esta era muy alta, él se
subía hasta ella, apoyándose en la escultura de un Cristo yaciente. Hasta
que una vez el Cristo ya cansado de tantos abusos, cada noche le preguntaba al
juerguista: ¿Hasta cuándo padre Almeida? , a lo que él respondía: “Hasta la
vuelta Señor”. Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda
suelta a su ánimo festivo y tomaba hasta embriagarse. Al amanecer regresaba al
convento.
Tanto le gustaba la juerga,
que sus planes eran seguir con este ritmo de vida eternamente, pero el destino
le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente.
Pues una madrugada el padre
Almeida regresaba borracho, tambaleándose por las empedradas calles quiteñas,
rumbo al convento, cuando de pronto vio que se aproximaba un cortejo fúnebre.
Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora, y como era
curioso, decidió ver el interior del ataúd, y al acercarse vio su propio
cuerpo dentro del mismo. Del susto se le quitó la borrachera, corrió
desesperadamente hacia el convento, del que nuca volvió a escaparse para irse
de juerga.
HISTORIA DEL PADRE ALMEIDA
Mucho
se ha hablado de la leyenda del padre Almeida, pero poco o casi nada se sabe de
quién fue verdaderamente este sacerdote franciscano.
Su
tragicómica historia pertenece al colectivo imaginario del Ecuador y se sitúa
en las iglesias del Centro Histórico de Quito
Se
dice que el padre Almeida, según explica el historiador y padre John Castro,
del monasterio
de San Diego, lugar donde vivió y realizó sus famosas
correrías el sacerdote, fue una persona de ‘vida alegre’ dedicada a los
mundanos placeres y a la bebida, pero su biografía muestra otra realidad muy
diferente.
“Don Manuel de Almeida ingresó en el convento a los
17 años de edad, cuando era un novicio, renunciando a todos sus bienes
materiales, que se los cedió a su madre y a sus hermanas. Igualmente, abandonó
la vida de la ciudad, ya que el monasterio estaba en las afueras. En su
biografía se puede conocer que desempeñó los cargos de definidor, guardián,
mesero de novicios, secretario de provincia llegando a ser visitador general,
todos estos de gran importancia. Estos cargos son del todo incompatibles con la
vida que se le otorga”, comenta el padre Castro.
TOQUE DE QUEDA
Según
cuenta el padre Castro, en la primera mitad del siglo XVII, época en la que vivió
el padre Almeida, se anunciaba el toque de queda para evitar problemas con la
sociedad local, así que “no había vida nocturna”.
Es
posible que algún ciudadano viera a Almeida a deshoras volviendo al monasterio
y que eso ayudara a construir la leyenda. Pero esto también tiene su
explicación: “Mucha gente no lo sabe, pero los alrededores del Convento de
San Diego eran una zona plagada de árboles frutales. Allí los
hermanos franciscanos tenían unas pequeñas construcciones de madera donde iban
a orar y a realizar penitencia. Por eso es posible que algunos ciudadanos lo
vieran retornar por la noche al convento. Venía de orar”, añade el padre
Castro.
Además
estaba la figura del Ángel. Los padres franciscanos de la época vivían en un semillerito
y, cuando salían del monasterio, “siempre lo hacían acompañados de otro
hermano, llamado ‘El Ángel’, que estaba allí para evitar la llamada de la
tentación.
Otro
factor que ayudó a construir la leyenda es que el Padre tocaba la guitarra,
además de otros instrumentos. En esa época las serenatas estaban mal vistas,
puesto que se asociaban a la vida “entregada al vicio” y muchos quiteños iban a
la antigua calle del agua, actual calle Cuenca, a tomar mistela y a cortejar a
las damas. Por eso tuvo esa mala fama. (MAP)
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